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Historia de un cineclub (El Cine-Club Paúles - Barakaldo)

A  colación del último encuentro de cineclubs de Euskal Herria  (14/09/2019), nos  ha parecido interesante desempolvar este pequeño  botón, extractos de un  excelente trabajo (documentado) publicado por Ezagutu Barakaldo (3-jul-2012). Cultura. En él podremos vivir la experiencia (muy bien contextualizada) de  un cineclub: 


Cine-Club  Paúles (1975-1982)

  • Introducción

A mediados de los años 70, en que se inicia el Cine-Club Paúles,   se producía un lento retroceso del espectáculo cinematográfico en el  Estado  español. Espectadores en 1966: 403 millones; en 1970: 330  millones; en 1975:  255 millones.


El Plan de Estabilización y Liberalización Económica de 1959   introdujo una serie de cambios en la economía franquista hacia un  capitalismo  de corte neoliberal. Que impulsó el surgimiento de una  incipiente sociedad de  consumo y propició una serie de cambios  sociales, con modificación en las  formas de entretenimiento de la  población: toros, fútbol y espectáculo  cinematográfico (que era la  diversión más extendida y más popular). Paralelo a  la disminución de  espectadores se produjo la disminución de cinematógrafos, en  1966:  8.193; en 1970: 6.911 y en 1975: 5.076. O sea, en una década 3.117  cines.

Las nuevas opciones de diversión: el automóvil, la televisión, la   música popular y las salas de fiestas. Esta crisis del espectáculo   cinematográfico no fue exclusiva de España. A ello se debe añadir el   envejecimiento de los cines (mención al empresario Alfredo Matas).  Además, el  sistema de distribución era jerárquico: Madrid, Barcelona y  luego el resto,  demorándose en el tiempo, y con pocas copias, llegando  destrozadas al final  ‘del viaje’. Entonces se vivió un trasvase de  espectadores, para ver cine, de  las salas a la TV. Un dato relevante es  la venta de televisores, en 1966:  1.750.000 y en 1976: 6.965.000.


  • Crisis de exhibición en Barakaldo

Analizando la evolución de salas en Bizkaia vemos la evolución   descendente, 164 (1966); 156 (1967); …142 (1970) o 117 (1975). En  Barakaldo se  produce el primer cierre el 15/03/1970, el Cine Buen  Pastor (de 1962), le  siguió el Gran Cinema Baracaldo (de 1915) el 31 de  marzo de 1970. El primero en  el barrio de Lutxana y el segundo en el  centro. En su fase de crecimiento,  Barakaldo llegó a tener 15 salas.  Tras los cierres continuos en 1975 sólo  quedaron 6 cines: Rontegui,  Altos Hornos, Guridi, Salón Fantasio, Coliseo San  Vicente y el Cine  Burceña.


  • Sesiones de cinefórum

El espectáculo cinematográfico presenta varias facetas: lúdica,   educativa, publicitaria y cultural. Es ésta última la que impulsan   fundamentalmente los cineclubs, pero tardó en cristalizar, teniendo en  cuenta  que las primeras experiencias cineclubísticas, tanto en España  como en el País  Vasco, datan de los años veinte.

Los orí­genes del cineclubismo español hay que situarlo en  Barcelona y Madrid. En la ciudad condal se crea en 1923 el Club  Cinematográfico Studio que programó varias sesiones cinematográficas en las  que reivindicaba  el carácter cultural de las pelí­culas y se postulaba su  estudio. En un  registro similar hay que anotar las sesiones que en 1927 organizó Luis Buñuel en la Residencia de Estudiantes madrileña.

Poco tiempo después surgí­a, también en Madrid, impulsado por la  revista cultural La Gaceta Literaria el Cine-Club Español, que  comenzaba sus actividades el 23 de diciembre de 1928. Paralelamente a  esta iniciativa surgí­a en Barcelona, promovido por la revista de vanguardia Mirador, el Barcelona Film Club.  El éxito que cosecharon las primeras sesiones  del Cine-Club Español  hizo que desde diferentes ciudades españolas se  promoviese la creación  de otros cineclubs. Entre éstos se encontraba el Cine-Club  de Bilbao.


La llegada de la II República fue un revulsivo para que la idea   cineclubí­stica germinara con fuerza, lo que propició la creación de un  amplio  número de cineclubs. Estos fueron promovidos, mayoritariamente,  por sindicatos  y organizaciones obreras, que de esta manera desbordaron  la tipologí­a de los  primeros cineclubs, cuyo público era burgués e  intelectual.


La sublevación militar de 18 de julio de 1936 y la posterior   derrota de la II República, cercenaron de raí­z ese amplio movimiento  cineclubí­stico. La dictadura franquista prohibió todos los cineclubs excepto el Cine  Club Sindicato Español Universitario, de ideologí­a fascista.

La actividad de los cineclubs comienza a resurgir de forma tí­mida   a partir de la segunda mitad de la década de los cuarenta. Exponente de  esta nueva  etapa del movimiento cineclubísta fue el surgimiento en 1945 del Cine-Club Círculo de Escritores Cinematográficos, en Madrid, y el Cine-Club  Zaragoza.

Los años cincuenta fueron para los cineclubs una etapa de   expansión y consolidación de su actividad, amparados por la iglesia  católica y  el oficial Sindicato Español Universitario. Paradigma de  ello fueron el Cine-Club  Monterols de Barcelona (1951) y el Cine-Club Universitario de  Salamanca (1953). El primero se situaba en la órbita del Opus Dei. A  su  actividad cinematográfica sumó a partir de 1960 la edición de la  revista Documentos  Cinematográficos. El segundo surgió al amparo del sindicato de estudiantes,  impulsando, en 1955, una publicación propia: Cinema Universitario.

También en 1953 se fundaba, auspiciado por la iglesia  católica, en Bilbao, el Cine-Club Fas,  que desempeñó un papel  protagonista en el movimiento cineclublísta, ya  que tras la Primera Reunión  Nacional de Cine-Clubs, celebrada en  Bilbao, surgió la Federación Nacional  de Cine-Clubs.

El rol importante que comenzaban a desempeñar los cineclubs, en la   dinamización de la labor cultural en materia cinematográfica, llevó al  régimen  franquista a regular su actividad, creándose mediante la Orden  del Ministerio  de Información y Turismo de 11 de marzo de 1957 el Registro Oficial  de Cine-Clubs. Se reconocí­a, de esta forma, la creciente expansión que  estaban experimentado éstos.
 

Los ecos de este ascenso de los cineclubs y del trabajo que  desempeñaban,  en pos de ir forjando una cultura cinematográfica,  también llegaron a Barakaldo  a partir de los primeros años de la década  de los sesenta. Aunque no fueron muy  relevantes y no pasaron de una  fase embrionaria, constituyen un testimonio de  la inquietud existente  entre algunos jóvenes del municipio por impulsar  iniciativas que se  situaban claramente próximas a la labor cultural que  desarrollaban los  cineclubs. Estas quedaron reducidas, no obstante, a varias  sesiones de  cineforum.
 

La más relevante, y la única que hemos podido documentar con algún  detalle, corresponde a la que promovieron la Asociación de Antiguos Alumnos  de los Salesianos.  En la primera sesión de cineforum, que tuvo lugar  el 25 de enero de 1962, se proyectó la pelí­cula estadounidense El  diario de Ana Frank (The Diary of Anne Frank, George Stevens,1959).

La presentación de la pelí­cula y la dirección del coloquio  posterior corrió a cargo de Miguel Ruiz, presidente del Cine-Club Sestao.   Preguntado, en la revista Atalaya, por sus impresiones sobre la sesión  y si  consideraba que la iniciativa podí­a cuajar en un cineclub,  ofrecí­a la  siguiente respuesta: [El ambiente que he visto es bueno  para el cineclub, yo no  sé si la gente ha ido por la novedad o porque le interesa. Para saberlo  ciertamente, yo seguirí­a dando más sesiones]
 

Y eso fue lo que hizo la Asociación de Antiguos Alumnos de los   Salesianos, qué en los siguientes meses, con una periodicidad quincenal,  siguió  programando nuevas pelí­culas.

Los promotores de las sesiones siguieron intentando que éstas   fueran el embrión de un cineclub. Un objetivo que se habí­an marcado  conseguir  en octubre de ese año, momento en el que esperaban contar con  unos trescientos  socios, que tendrí­an que abonar una cuota mensual de diez pesetas.

Esta tentativa, fallida, por constituir un cineclub no tuvo   continuidad, por lo que hubo que esperar una década, hasta los años  setenta,  para que se retomasen de nuevo las sesiones de cineforum, que  se caracterizaron  por la heterogeneidad de sus impulsores y por el  planteamiento también  diferente que asumieron las mismas. Así­ algunas  de ellas se circunscribieron  al ámbito escolar, como las que tuvieron lugar en los colegios San  Agustí­n (1972) y San Vicente de Paúl (1973). Otras fueron  organizadas por la Organización Juvenil Española en 1974 y 1975. Sobre  todas ellas no hemos logrado recopilar ningún dato más.

Algo más de información nos ha quedado sobre las sesiones  cinematográficas que organizaron el Club Elejalde (1973) en el Teatro  Baracaldo (35 mm, de pago), el Cí­rculo Cultural y Recreativo y la Cooperativa  Bide Onera, en 1974, en sus sedes (16 mm, gratuita).


  • Tiempo para cineclubs

Todas estas sesiones de cineforum denotan que existí­a entre los   jóvenes de Barakaldo un deseo latente de abordar el hecho  cinematográfico desde  su vertiente cultural. Se buscaba, por  tanto, trascender la visión  tradicional y convencional de la exhibición  cinematográfica, la que estaba  ligada a la visión, exclusivamente, de  las pelí­culas, que era la que  practicaban la mayorí­a de los  espectadores.

A esta inquietud le faltaba la creación de una estructura estable   de trabajo, que es la que proporcionan los cineclubs, necesaria si se  querí­a  dar a la actividad cinematográfica una continuidad, que le  permitiera perdurar  en el tiempo.

Se trataba, en definitiva, de aglutinar en torno a un proyecto   común a un grupo de personas para impulsar la constitución de un  cineclub a fin  de, a continuación, dirigirse a la búsqueda de un  público potencial, que  pudiera estar interesado en acudir a este tipo  de sesiones de cine y que con su  participación diera estabilidad a un  proyecto inédito hasta entonces. Una  iniciativa que contaba con gran  predicamento en otras localidades, donde un  público joven apoyaba de  forma entusiasta este tipo de exhibición  cinematográfica, esta manera  de entender y relacionarse con las pelí­culas.

La materialización de este anhelo tuvo lugar por primera vez en  1973, con la creación del Cine-Club Saura,  un proyecto que cabe  calificar como efí­mero. El proyecto surgí­a como  una continuación de las  iniciativas que en este campo se habí­an  realizado en el municipio y que habí­an  contado con el apoyo de los  jóvenes: «Los barakaldeses, y principalmente cierto  sector de la  juventud, ha respondido satisfactoriamente, en general a las   iniciativas culturales patrocinadas por el Ayuntamiento de Barakaldo.  Este  pretendido cine-club viene a continuar estas inquietudes y, en  cierto sentido,  trata de hacerlas estables».

El cineclub no tení­a como destinatario único a los jóvenes, sino   que su pretensión era dirigirse al conjunto de los vecinos. En un  principio el  público al que querí­an llegar era la población adulta,  para más adelante  programar pelí­culas adecuadas para niños y  adolescentes. Confiaban en alcanzar  la cifra de trescientos socios necesarios para que éste fuera viable.  Con esa finalidad habí­an  fijado una cuota económica, ya que no les moví­a  «ningún interés  comercial».

No hemos podido concretar el tiempo que funcionó el cine-club ni   las pelí­culas que proyectaron en el salón de actos del Colegio San  Vicente de  Paúl, local que acogió sus sesiones. Fue un primer intento  por impulsar la  puesta en marcha de un cine-club que lamentablemente no  cuajó, aunque su  testigo no tardarí­a en recogerse con mayor fortuna.

Este intento, frustrado, por dotar a Barakaldo de un cine-club,   que canalizase las inquietudes de los aficionados al cine del municipio,  no  apagó la idea por alcanzar ese objetivo, que se estaba resistiendo  durante  demasiado tiempo, ya que el sustrato, el público potencial,  existí­a.

Una muestra de esta inquietud, que seguí­a presente entre los  cinéfilos, la encontramos en la revista San Vicente,  editada por la  biblioteca del mismo nombre. En su número 4,  correspondiente a enero de 1975, se  incluí­a un artí­culo, con un  tí­tulo escueto pero elocuente, ya que condensaba  en tres palabras,  «Por un cine-club», un deseo que muchos suscribirí­an.

  • El término cinefórum designa al coloquio que se desarrolla  tras la proyección de la pelí­cula, abordándose el tema que se plantea en ella.

  • El termino cineclub, según el Diccionario de la Lengua   Española, corresponde a la «Asociación para la difusión de la cultura   cinematográfica, que organiza la proyección y comentario de determinadas  pelí­culas»

En resumidas cuentas, la expresión cinefórum serí­a una de las   actividades que realiza un cineclub, por lo que este último término es  más  completo y define mejor el tipo de actividad que se realiza bajo la   denominación de cineclub. Más allá de estas disquisiciones el objetivo  común:  poner en marcha una organización estable que canalizase la  inquietud que tení­an  en torno al cine. De ahí­ el llamamiento que se  hací­a en el artí­culo para  juntar todas las voluntades dispersas en  ese anhelo común: la creación de ese  objeto de deseo que era un  cineclub en Barakaldo.


                          

  • El Cine-Club Paúles entra en  escena

El paso adelante, aunque insuficiente, dado por el Cine-Club  Saura, no fue en vano, ya que la senda que abrió fue seguida por el  Cine-Club Paúles.

El Cine-Club Paúles nace en el invierno de 1975,   impulsado por la Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio San  Vicente de  Paúl. De hecho, su salón de actos fue el espacio que acogió  todas las  actividades cinematográficas desarrolladas durante todos sus  años de  existencia. Nací­a al amparo de la iglesia católica. Esta  circunstancia  facilitó, inicialmente, su actividad ya que el colegio  disponí­a de una  infraestructura básica, como era un local, una cámara  de 35 mm y otra de 16 mm,  para realizar las proyecciones semanales, con  un mí­nimo de garantí­as. Se podí­a  de esa manera acceder a una oferta  amplia de pelí­culas, que no habrí­a sido  posible de contar únicamente  con una cámara de 16 mm

A pesar de que nací­a auspiciado por el Colegio San Vicente de   Paúl, y que su nombre lo vinculaba directamente con una comunidad  religiosa, el  Cine-Club Paúles, se esforzó, desde sus inicios, por  mantener una clara  separación, de cara al exterior, entre la labor que  realizaba el colegio, en el  marco de su labor docente y la actividad,  propiamente dicha, del cineclub.

Esta disociación estaba presente ya en el primer programa,   «Definiendo el cine», que editó el cineclub. En él se establecí­an las  lí­neas  de actuación que se iban a seguir en su práctica  cinematográfica. Un trabajo cultural  que vení­a determinado por la  dimensión social, ideológica y polí­tica que  dimanaba del propio  espectáculo cinematográfico. Así­ transcribí­an una frase  de los  cineastas argentinos Fernando Solanas y Octavio Getino, abanderados del   Tercer Cine, en el que se posicionaban por una visión diferente de la  que habí­a  caracterizado al cine tradicionalmente: «Todo el cine al  ser vehí­culo de  ideas y modelos culturales, e instrumento de  comunicación y proyección social,  es en primer término un hecho  ideológico y, en consecuencia, también un hecho  polí­tico».

De ahí­ que el cineclub constituyese un espacio informal desde el   que familiarizarse en una comprensión adecuada del hecho  cinematográfico. Por  lo que reivindicaban la labor que en ese campo  podí­an y debí­an realizar con  los espectadores que acudiesen a sus  sesiones.

La imbricación que reclaman entre el cine y la sociedad, en la que   surgí­a y a la que se dirigí­a el cineclub, tuvo su primera concreción  en el  ciclo con el que abrieron su actividad cinematográfica, dedicado a  debatir la  problemática de la contaminación. 

No se debe olvidar que Barakaldo habí­a experimentado desde la   década de los sesenta, su segunda gran industrialización. Pasando de  42.2040  habitantes en 1950 a los 118.136 habitantes de 1970. La ciudad  se convirtió en  un caos urbanístico, con altos í­ndices altos de  contaminación y en la carencia  de zonas verdes, infraestructuras y  equipamientos culturales.

En la presentación del ciclo «Contaminación» se señalaba que la  contaminación era una «problema actual que nos preocupa a todos».  Derivado de este hecho el cineclub querí­a, con su ciclo inicial, «estudiar   este problema «’ardiente’ de nuestros dí­as. Sirviendo el ciclo de  demostración  de cómo el Cine-Club Paúles está al servicio de la  colectividad donde ha  nacido». Para este primer ciclo se eligieron tres pelí­culas: Contaminación (No Blade Of Grass, Cornel Wilde, 1970), con la que se abrió la  programación, el sábado 15 de febrero. En los dos sábados siguientes se  exhibieron Estos son los condenados (The Dammed, Joseph Losey,  1962), el 22 de febrero, y El último hombre… vivo (The Omega Man,  Boris Sagal, 1971), el 1 de marzo.

La programación del cineclub proyectó en el municipio muchas  pelí­culas  que no tení­an acogida en la programación habitual de los  cines baracaldeses, y  en versión original subtitulada.

Tras los primeros meses de funcionamiento, que constituyeron un   excelente rodaje para la puesta en marcha del cineclub, refrendado por  la  asistencia de la gente a los ciclos programados, se comenzó a  preparar la  segunda temporada (1975-76). Esta presenta una  novedad importante de tipo  organizativo, al incorporar a la gestión del  cineclub a varios socios, que no  pertenecí­an a la Asociación de  Antiguos Alumnos del Colegio San Vicente de Paúl.  La nueva junta  directiva decidió profundizar en el trabajo que se habí­a  realizado  durante la primera temporada, imprimiendo al mismo un carácter más   polí­tico y social, acorde con el momento polí­tico que se viví­a en la   sociedad española y especialmente en la vasca.


La nueva lí­nea de trabajo, se concretó en tres puntos:

  • Se apostaba por un cineclub dirigido al conjunto de la población,  que huyera de toda tentación elitista.

  • Se incidía en la labor divulgativa que asumí­a el cineclub de  cara  a impulsar una formación cinematográfica de los espectadores.

  • Centrado en los coloquios, se apostaba por impulsar la   participación de todos los asistentes. El objetivo que se marcaban era  fomentar  los debates y dar «con la ayuda de todos, vitalidad a los comentarios,  después de cada proyección».

Durante esta temporada la programación desbordó las proyecciones   de los sábados, para lo que se creó una sección nueva, denominada:  «Sesiones  Informativas». Sin una periodicidad regular pasó a recoger  aquellas pelí­culas  que por distintos motivos no tení­an encaje en la  actividad cinematográfica  semanal. Estos podí­an ir desde la  disponibilidad de una copia durante unos  pocos dí­as, lo que obligaba a  montar una sesión en muy poco tiempo, a la  posibilidad de proyectar  algún tí­tulo interesante para los aficionados  locales; en este caso se  manejaba el criterio de la actualidad o la novedad.

Un precedente de este tipo de pelí­culas, como ya hemos señalado  anteriormente, lo constituyó el documental musical Monterey Pop. Durante  esta temporada se pudieron ver films como Viridiana (Luis Buñuel, 1961),  filme prohibido por la censura franquista y que  circulaba clandestinamente por  el circuito informal que constituí­an  los cineclubs españoles en una copia de  16 mm. De hecho, la pelí­cula  no se anunció con su tí­tulo, sino que sobre un  fotograma del filme se  aludí­a a que era una «Sesión dedicada a Luis Buñuel» y  la frase del  cineasta aragonés: «La moral burguesa es lo inmoral para mí». Como   prólogo a la sesión, que constituyó un éxito, a pesar de las  limitaciones con  las que se anunció, se exhibió el cortometraje Anticrónica de un  pueblo (Equipo Dos, 1975). Este último era un buen exponente de la apuesta   que hizo el cineclub por exhibir pelí­culas de cine independiente,  realizadas  al margen de las formas institucionales de producción  (filmadas en 16 mm. o en  8 mm.) y distribución, tanto en las sesiones  de los sábados como en la  informativas, ya que carecí­an de las  posibilidades de una exhibición  normalizada.

Paso a paso, pelí­cula a pelí­cula, el Cine-Club Paúles fue   forjando una lí­nea de exhibición cinematográfica coherente y de  calidad, a  pesar de las dificultades con las que tropezaban habitualmente los cineclubs.  Entre éstas, cabe citar, una economí­a no demasiado boyante, lo que frenaba  algunas de sus iniciativas, como era la de editar programas de una mayor  calidad formal, y la imposibilidad de acceder a determinados filmes,   debido a que las distribuidoras se negaban a alquilarlos o por su alto  coste. Estas  dos primeras temporadas sirvieron, no obstante, para  fijar las lí­neas maestras  de la programación, que se nucleó en torno a  las sesiones de los sábados y las  sesiones informativas.


  • Postulados teóricos radicales

El asentamiento del cineclub no impidió que éste, fruto del  contexto  social y polí­tico que se generó tras la muerte del dictador,  se marcase nuevos  retos en su trabajo. Fruto de ello, durante su  tercera temporada, la  correspondiente al curso 1976-77, decidió asumir  unos postulados teóricos más  radicales, que intentaron trasladar a la  praxis cinematográfica.

Con este planteamiento teórico pretendí­an abrir un debate sobre   la función que los cineclubs vení­an desempeñando tradicionalmente en el   panorama cinematográfico, ya que jugaban un papel destacado y  fructí­fero, al  constituir focos de debate permanente sobre la  situación social y polí­tica.  Los cambios, que se estaban generando en  la sociedad española y vasca, los  llevó a tener que replantearse su  función en el entramado cinematográfico, para  adecuarse a las  necesidades sociales que la nueva coyuntura polí­tica estaba   impulsando.

De todas formas, para comprender en su verdadero sentido la   reflexión que planteaban, hay que situarse tanto en la época como en el  momento  en que se formularon, un tiempo de cambio polí­tico, en el que  todo parecí­a  posible. Por ello intentaban construir una alternativa  también en el campo  cinematográfico, cuestionando una forma de concebir  la industria  cinematográfica, volcada, como no podí­a ser de otra  forma, en la defensa de  sus intereses económicos.

Esta formulación teórica de la práctica cineclubí­stica tuvo un   reflejo escaso en la vida cotidiana del cineclub, que siguió con su  lí­nea de  programación habitual, aunque ahora se anunciaba con el  reclamo publicitario: «Por  un cine popular colabora en su difusión»,  combinando tanto la exhibición de  pelí­culas presentes en los canales  tradicionales de distribución como las que  llegaban al margen de ellos.  

La novedad más relevante de esta temporada fue la edición de la  revista Ekintza (abril  1977), que nací­a al calor del impulso teórico  que presidió la misma.  En el primer número se indicaba que la escasa  participación de la gente  en los coloquios que se celebraban al concluir las  sesiones estaba  llevando al cineclub a convertirse en un «cine normal y  corriente».  Ante esta situación planteaban la revista como una plataforma  para el  debate, por lo que reclamaban la participación de todos, mediante la   elaboración de artí­culos, que podí­an «versar sobre cualquier tema, y no  sólo sobre cine», o ayudando a su «elaboración material». En su  segundo número deja de ser el órgano de expresión del Cine-Club  Paúles, y los  artí­culos cinematográficos perdieron su protagonismo  para quedar reducidos a  un tema más de la revista.


  • Nueva coyuntura social

La dinámica de cambios en que se vio inmerso el cineclub, desde   sus inicios, vení­an motivados por su voluntad de adecuarse a una  situación  social y polí­tica muy volátil. Esta era una clara  consecuencia de la  transición polí­tica en que estaba inmersa la  sociedad española, que como no  podí­a ser de otra forma estaba  afectando también de lleno tanto al sector  cinematográfico como a los  propios cineclubs.

En el marco polí­tico el triunfo de la reforma sobre la ruptura   trajo consigo una institucionalización de la polí­tica. Esta  circunstancia  llevó aparejado el cierre de los espacios informales,  entre los que se  encontraban los cineclubs, que se habí­an creado  durante el régimen franquista  con el objetivo de canalizar las  inquietudes democráticas y de cambio social a  las que aspiraba la  oposición y una parte importante de la sociedad. En ellos  encontró,  igualmente, una forma de expresar su propio discurso polí­tico.

El control que el franquismo impuso al sector cinematográfico   también comenzó a resquebrajarse, igualmente, tras la muerte del  dictador, para  adecuarse al nuevo escenario polí­tico. El primer  exponente de la nueva  situación llegó en febrero de 1976 con la supresión de la censura de  guiones, a la que siguió en noviembre de 1977 la desaparición de  la censura cinematográfica.  Estos dos hechos permitieron poner fin a las  restricciones que pesaban  tanto sobre la producción cinematográfica española  como sobre la  producción cinematográfica extranjera. Se conseguí­a de esta  forma  ampliar el discurso cinematográfico para las pelí­culas españolas y la   normalización de la exhibición, con la autorización de numerosas  pelí­culas  extranjeras prohibidas por la censura franquista.

Los cineclubs se vieron obligados a adecuar su trabajo a la  nueva  coyuntura social, ello llevó al Cine-Club Paúles a reformular su   actividad cinematográfica durante la temporada 1978-79, dando mayor   protagonismo en su programación a los aspectos cinematográficos en  detrimento  de los polí­ticos y sociales que hasta entonces habí­an sido  los predominantes.  No es que se abandonasen éstos, sino que pasaban a  un segundo plano.

Los ciclos temáticos volvieron a formar parte importante de la   programación durante la temporada 1979-80, con un fuerte componente  social. En  su afán por abrir nuevas posibilidades a la exhibición de  pelí­culas el  Cine-Club Paúles optó por la puesta en marcha de las  «Sesiones Especiales», partiendo  de la experiencia de las «Sesiones  Informativas», ofreciendo de forma  periódica, pero de manera irregular,  los domingos, y de programa doble, formado  por pelí­culas modernas,  que no habí­an contado con una distribución comercial  adecuada y filmes  clásicos, que se podí­an haber visto en televisión, pero no  en las  salas cinematográficas.

La estabilidad que el Cine-Club Paúles logró imprimir a su   actividad cinematográfica, con los necesarios ajustes para adecuar ésta a   la realidad social, tan cambiante de la época, le permitió ir  creciendo y  sumando iniciativas a las sesiones de los sábados. La  temporada 1980-81 fue una  fecha clave en el trabajo que vení­an  realizando en pro de la cultura  cinematográfica, ya que la buena  acogida que la gente dispensó a la «Sesiones  Especiales», los llevó a  incorporarlas a su programación habitual, por lo que  se decidió  agruparlas bajo un enunciado propio, para lo que se puso en marcha  una nueva sección que denominaron Cinestudio Metrópolis. Esta  iniciativa vení­a a completar la emprendida anteriormente con la sección  infantil, denominada Cine-Club Keaton (domingos y festivos).

Comentario del diario Deia, donde se señalaba que el  Cine-Club Paúles no sólo habí­a conseguido «sobrevivir  en sus sesiones  sabatinas dedicadas a los socios durante siete años,  sino que además ha  extendido su radio de acción al cine infantil,  manteniendo un cineclub para  niños, Cine-Club Keaton, donde todos los  domingos y festivos proyectan un film  adecuado para los niños de  Barakaldo. Y por si esto fuera poco, desde el pasado  curso, han  comenzado unas sesiones dominicales, a la siete de la tarde, de tipo   filmoteca, donde proyectan dos pelí­culas -una de un director joven y  actual y  otra de un clásico del cine- para redondear más si cabe la  labor  cultural-cinematográfica de este cine-club»
 

La etapa ascendente se empezó a cuartear por un flanco inédito   hasta entonces y que no podí­an controlar: la dirección del Colegio San  Vicente  de Paúl, en cuyo salón de actos tení­an lugar las sesiones.  Ésta, que habí­a  cambiado con la designación de un nuevo director,  comenzó a manifestar su  disconformidad con las pelí­culas que se  proyectaban, expresando su deseo de  supervisar la programación,  argumentando para ello que se estaba dañando la  imagen del colegio.

Este intento de censurar la programación fue rechazado de plano   por el colectivo que gestionaba el cineclub, que intentó en vano  convencer al  director del colegio, que eran dos entidades completamente  distintas que no  tení­an nada que ver, con una actividad claramente  diferenciada la una de la  otra por lo que no podí­an supeditar la  actividad del cineclub a sus intereses.  Es más, se les indicó que  cualquier que hubiera seguido mí­nimamente la  trayectoria del cineclub  en ningún caso podrí­a vincular la actividad del  colegio con la del  cineclub, más allá del hecho puntual de que compartieran el  nombre.

En vista de que no se llegaba a ningún acuerdo, se optó por  proponer un cambio en el nombre del cineclub,  que deslindase claramente  la actividad de éste de la del colegio. Con  ello se perseguí­a que bajo ninguna  circunstancia se pudiera asociar el  nombre del colegio con el del cineclub. La  propuesta fue aceptada por  la dirección del colegio, por lo que se procedió al  cambio de nombre,  de esta manera el Cine-Club Paúles pasó a denominarse Cine-Club  Nosferatu.  El nuevo nombre no implicó nada más, ya que tanto la estructura   organizativa del cineclub como la lí­nea de su programación no  experimentaron  ningún cambió, por lo que se mantuvo el mismo esquema de  trabajo para las  sesiones de cine, con sus correspondientes nombres: Nosferatu (para las  pelí­culas de los sábados, con su pertinente coloquio), Keaton (para las  pelí­culas infantiles de los domingos y festivos) y Metrópolis (para los  programas dobles de los domingos).

La solución fue más aparente que real, cabe por ello calificarla   como una tregua momentánea, ya que la dirección del Colegio San Vicente  de Paúl  volvió a plantear de nuevo su intento de dar su conformidad, de  censurar, a la  programación del cine-club. Algo a lo que el colectivo  que lo dirigí­a se  opuso, como no podí­a ser de otra forma, recordando a  la dirección del colegio  el compromiso al que se habí­a llegado. Un  acuerdo que se pretendí­a incumplir,  que de hecho se incumplió, ya que  al persistir las diferencias de criterio  sobre el trabajo que realizaba  el cineclub y al no poder controlar el mismo la  dirección del colegio optó por no volver a ceder su salón.

Esta determinación provocó que la temporada 1981-82 fuera la  última del Cine-Club Paúles. Un curso cinematográfico que comenzó con la  proyección de Nosferatu, vampiro de la noche (Nosferatu, Phantom  der nacht,  Werner Herzog, 1978). Con la elección de esta pelí­cula el  cineclub  querí­a simbolizar a la vez que remarcar el cambio de nombre que traí­a   la nueva temporada. Una modificación, formal, que se restringió  únicamente al  nombre, ya que la programación siguió estructurada en  torno a los ciclos  temáticos, como «OTAN no», y a los estrictamente  cinematográficos como «Los  cinemas nacionales contra el imperialismo de  Hollywood» o «Ciencia- Ficción».  De igual forma el Cinestudio Metrópolis siguió con sus habituales  programas dobles, de los domingos, por lo  que esta sección fue la encargada de  poner el punto final a la  actividad cinematográfica de Paúles/Nosferatu el domingo 27 de junio con la proyección de Laberinto mortal (Les liens de sang, Claude Chabrol, 1978) y Can-Can (Can-Can,   Walter Lang, 1960). Aunque en ese momento desconocí­an que esa iba a  ser la  última sesión del cineclub, ya que la noticia de que no podrí­an  volver a utilizar  el salón del colegio Paúles llegó a comienzos de  septiembre cuando estaban en  plena preparación de la nueva temporada.

La decisión de la dirección del Colegio San Vicente de Paúl  precipitó la desaparición del Cine-Club Paúles/Nosferatu, ya que puso  sobre la mesa la diferente visión que tení­an los miembros del colectivo,   que gestionaban el cineclub, sobre la estrategia a seguir a partir de  ese  momento. Los miembros más dinámicos del cineclub habí­an planteado  la temporada  anterior la necesidad de acomodar la dinámica de trabajo  del cineclub a los  nuevos tiempos y redefinir el papel que éste debí­a  jugar en el futuro más  inmediato. Para ello el cineclub debí­a diseñar  una nueva estrategia de trabajo  que le permitiera crecer a medio y  largo plazo. Consecuentemente con este  planteamiento plantearon una  propuesta centrada en cuatro puntos: 1) Afianzar  la labor que en el  campo de la exhibición se estaba realizando; 2) Continuar y  consolidar  los cursillos de cine que habí­an comenzado a impartir; 3) Elaborar  un  proyecto para introducir el cine en la escuela; 4) La puesta en marcha  de un  taller de cine.

Esta diferencia de enfoques generó dos nuevos cineclubs: Contrastes  y Potemkin.  Dos iniciativas, sumamente voluntariosas, que no llegaron a  cuajar,  por lo que su existencia cabe calificarla como efí­mera, tanto en   cuanto al tiempo que llegaron a funcionar como por la escasa incidencia   cultural que ambos tuvieron.

Fueron pálidos reflejos de trabajo que desarrolló el   Cine-Club  Paúles/Nosferatu en el campo de la exhibición cultural, ya que la   impronta que dejó en la memoria de los cinéfilos baracaldeses fue muy  amplia y  ha perdurado en el tiempo, como se recordaba desde las páginas  del diario Egin,  bastantes años después de su desaparición: «Los cineclubs han jugado también  un papel importante en esta historia (se refiere a la de la exhibición  cinematográfica),  y aquí­ la columna vertebral la ocupa el Cine-Club Paúles,  una  realidad casi legendaria que formó en el cine a toda una generación de   barakaldeses, la generación del ‘encanto’ y el desencanto».

En este sentido podemos indicar, por último, que el extraordinario  papel que desempeñó el Cine-Club Paúles en el terreno cinematográfico  durante las siete temporadas que funcionó, de febrero de 1975 a junio de  1982, constituyen un hito fundamental de la exhibición cinematográfica  cultural en Barakaldo.  Una experiencia irrepetible hasta la fecha, que ha  quedado fijada,  como un recuerdo imborrable, en la memoria de todos los  cinéfilos.

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